El 15 de mayo de 2011 algo cambió para siempre en las mentes de los españoles: despertamos. Fuimos conscientes de que contábamos con las herramientas y el poder necesarios para exigir una democracia ‘real’ (¡YA!). Podíamos y queríamos plantar cara a una clase política que nos estaba dando la espalda y que gobernaba para una clase privilegiada y minoritaria (el ‘1%’). Hoy, un año después de esa primera manifestación convocada por Democracia Real Ya (DRY) tras la que la indignación del ‘99%’ estalló en las plazas de todo el país y fuera incluso de nuestras fronteras (Europa, EEUU…), mi sensación es agridulce.

Los éxitos son innegables: la ilusionante acampada que durante semanas convirtió la Puerta del Sol en la Plaza de la Sol-ución; las manifestaciones internacionales multitudinarias del 19 de junio y el 15 de octubre; los triunfos en la lucha contra los desahucios e infinidad de proyectos grandes y pequeños nacidos de la ciudadanía. Sin embargo, no todo son luces en el 15-M. El movimiento que nació con la voluntad inquebrantable de cambiar en profundidad el funcionamiento de nuestro sistema político y económico ha acabado perdiendo gran parte de su fuerza, lastrado por los problemas que han estado presentes desde un inicio y que durante aquellos primeros días emocionantes no quisimos ver en toda su extensión.

La supuesta ‘horizontalidad’ del 15M, ensalzada por muchos como uno de sus carácteres distintivos, ha facilitado la identificación de muchos ciudadanos con el movimiento y su participación, pero también es una piedra que frena el avance de la rueda. No sólo está ralentizando la consecución de objetivos reales, cambios tangibles y profundos necesarios en un momento como este en el que el desmantelamiento del estado del Bienestar es imparable. Además permite que grupúsculos con afinidades políticas excluyentes campen a sus anchas en un movimiento que es de todos, camuflándose en esa irreal ‘horizontalidad’ en la que las normas “no son necesarias” e imponiendo soterrádamente un proyecto político de extrema izquierda que poco o nada tiene que ver con los intereses del ‘99%’: ‘ método asambleario puro, autogestión, ‘okupaciones’ y sabotaje sistemático de cualquier propuesta que no se encamine al estallido de una “revolución” pura y definitiva.

Esta pérdida de inclusividad -que siempre he defendido a pesar de ser una persona con convicciones profundamente de izquierdas-, es uno de los grandes  fracasos del 15-M, un movimiento ‘de todos’ que primero expulsó a los votantes de opciones conservadoras (tachados sistemáticamente de “fascistas”) y que después se volvió incluso contra los perfiles socialdemócratas, linchados en los círculos de 15-M  por su reformismo ‘traidor’.

LA RUPTURA DE DRY

El ejemplo más patente de esta ‘crisis’ en el seno del movimiento lo vive la plataforma que prendió su mecha: DRY. Su llamamiento, fresco y genuino, ha perdido parte de su brillo. DRY llamó en 2011 a  la unión de todos los ciudadanos con independencia de sus colores políticos y banderas. No con la intención de pedirles que abandonaran sus propios principios, sino con la de que todos fuéramos a una frente a todo aquello que nos afecta colectivamente. Tristemente, los valores recogidos un principio en los 8 puntos y en un manifiesto aplaudido por miles de personas que clamaba por la no violencia, el apartidismo, el asindicalismo y la participación ciudadana democrática están siendo vilipendiados por quienes atraídos por el potencial movilizador de estas siglas han engrosado las filas de DRY para defender proyectos particularistas.

Conscientes de estos problemas de fondo, algunas de las personas que habíamos planificado las protestas del 15 de mayo desde Democracia Real Ya quisimos plantear una solución: la adopción (en el caso específico de DRY) de una estructura jurídica asociativa que permitiese la existencia de unas normas transparentes capaces de garantizar la democracia en el propio seno de la plataforma que la exigía. Lejos de convertirnos en una ONG más, creceríamos y afrontaríamos los problemas que internamente empezaban a amenazar la propia supervivencia de DRY: frente a líderes carismáticos ocultos a la sombra del asamblearismo existirían coordinadores elegidos democráticamente y rotativos; las herramientas de difusión del colectivo estarían a su nombre (con un CIF) y no en manos de gestores individuales y camarillas; tendríamos la capacidad de presentar iniciativas como ILPs y recursos jurídicos colectivos y plantar cara a los poderes institucionales más allá de performances y protestas vacuas y, sobre todo, protegeríamos el proyecto de los manejos de los muchos interesados en aprovecharse de él. Esta solución no sustituiría a los procesos asamblearios del 15-M, pero serviría para complementarlos.

La propuesta fue originalmente presentada por mí en Madrid hace unos meses y por eso muchos han personalizado equivocadamente en mí lo sucedido las últimas semanas. La idea, sin embargo, no es un proyecto personalista. Fue recogida y apoyada por otros muchos compañeros que la han trabajado, mejorado y refinado para presentarla ante todo el colectivo en la asamblea estatal convocada de forma abierta los días 21 y 22 de abril con la intención de recuperar el rumbo de la plataforma antes del aniversario del 15 de mayo.

Sin embargo, el invivible clima de enfrentamiento y las constantes amenazas de expulsiones y tomas «por la fuerza» de las herramientas de todos por parte de cierto sector de la plataforma precipitó los acontecimientos. Frente a este situación, tres de las personas que trabajábamos en el proyecto inscribimos provisionalmente las siglas de DRY a nombre de un CIF para asegurar su carácter colectivo poniéndolas a disposición de la inminente asamblea. Fue una decisión apresurada y quizás poco acertada producto de una situación de «guerra interna» y de la tensión acumulada.  Pido disculpas personalmente por ella y asumo la responsabilidad que me corresponde.

A partir de aquí la historia es bien conocida: el refrendo de esta acción y la aprobación de la propuesta de asociación en la asamblea celebrada en Leganés acabó por evidenciar un cisma que siempre había estado ahí, el que existe entre quienes defienden un funcionamiento estrictamente asambleario y aquellos más posibilistas que creemos en la necesidad de contar con nuevos instrumentos que faciliten el logro de auténticos cambios en el sistema. Ambos ‘bandos’ hemos cometido errores y la situación de conflicto interno ha acabado por derivar en una serie de rifirrafes públicos que, tristemente, han manchado la imagen de DRY. Se ha producido así una «caza de brujas» contra mi y otros compañeros; se han aireado trapos sucios y se han divulgado conversaciones privadas sustraídas por medio tan poco éticos como ‘hackeos’: digno de «La vida de Brian».  El último capítulo ha sido la supuesta “expulsión” de varias personas de DRY Madrid por apoyar la asociación. Una ‘decisión’ acordada unilateral y arbitrariamente por un grupo minoritario, que no goza de la postestad para tomarla ya que no existe en DRY (que no es una ‘organización’ al uso) ningún tipo de código disciplinario que regule cómo y bajo qué circunstancias uno de sus ‘miembros’ es susceptible de ser expulsado. Este es el mejor ejemplo de por qué DRY necesita normas democráticas y transparentes de funcionamiento.

Pese a lo bronco de la  estampa, creo que la lucha de fondo que DRY y el movimiento 15M han iniciado seguirá en marcha, aunque esta crisis (espero, de ‘crecimiento’) haya dejado patente que existen dos caminos muy diferentes por los que reclamar el cambio. En mi caso apoyo el que marca la asociación DRY, porque creo en la necesidad de garantizar una auténtica democracia interna y en el trabajo para la consecución de logros reales aquí y ahora en un mundo que se está desmoronando.

Frente a los intentos de personalizar en mí una decisión de mucha gente, elijo este camino como uno más, parte del colectivo, sin asumir protagonismos: no optaré a ocupar ningún puesto relevante en la asociación ni ejerceré de portavoz en ella. Seguiré trabajando, como siempre lo he hecho, desde mis convicciones personales por una democracia real y por la defensa de nuestro Estado de Bienestar y del ciudadano frente a las imposiciones de la dictadura neoliberal, sin entrar en guerras intestinas o cruces de acusaciones. La próxima cita en la agenda en es el 12M-15M. Los colores y las fracturas no importan, la calle la tomaremos todos. Después, eso sí, nos tocará dar un paso crucial: pasar de la indignación a la acción, trabajar ya aquí y ahora por las soluciones y por el cambio. Y ese camino quizás lo recorramos separados.